Cuando hablamos de cuidados nos referimos a todas aquellas actividades indispensables para satisfacer las necesidades básicas de la existencia y reproducción de las personas. Incluyen el autocuidado y el cuidado de otras personas, la provisión de las precondiciones para cuidar (limpieza, compra y preparación de alimentos) y la gestión del cuidado (la coordinación de estas actividades y sus horarios). Todas y todos requerimos cuidados a lo largo de la vida.
En México, como en muchas partes del mundo, hablamos de crisis de los cuidados porque la provisión del cuidado se basa en labores gratuitas, precarias e invisibilizadas, los arreglos para cubrir las necesidades de cuidado son injustos e insatisfactorios. Se trata de un problema público y de desigualdad de género, pues los roles tradicionales de género han naturalizado que sea responsabilidad primordial de las mujeres: del total de horas que se dedican en México a estas labores, 71% son realizadas por mujeres, niñas y adolescentes; por cada hora que aporta un hombre a las actividades de cuidado no remunerado, las mujeres aportan casi tres. Esta situación es producto de la injusta manera en que las familias, el mercado y el Estado han distribuido los cuidados.
Aunado a ello, la baja oferta de servicios de cuidado públicos deja ver la falta de reconocimiento en su carácter esencial para el sostenimiento de la vida, generando tensiones en el ejercicio de derechos de las mujeres y con fuertes efectos negativos que se profundizan en los hogares con altos índices de marginación y pobreza.
Cuidar es trabajar
La pandemia ha detonado una serie de acciones para contener su expansión, pero también ha exhibido las limitaciones de la organización actual del cuidado. Según el Instituto Nacional de las Mujeres, la suspensión de clases en el nivel básico hizo que casi 25 millones y medio de alumnas y alumnos se quedaran en sus hogares; además, más de 9 millones de hogares tienen, al menos, una persona menor de seis años. La suspensión de clases en el nivel básico tiene efectos importantes en la carga de trabajo de cuidados no remunerado para las mujeres, que se suman a las horas que ya dedican al trabajo remunerado, pues ahora deben dar acompañamiento escolar.
Las mujeres que aún mantienen sus trabajos remunerados y pueden desempeñarlos desde casa, tienen el reto de conciliar la vida laboral y familiar en el mismo espacio físico, lo que puede generar estrés, agotamiento extremo y afectaciones a la salud. Para quienes emplean trabajo del hogar y prescindieron de este, el confinamiento ha implicado, también, un aumento de las tareas domésticas; o bien, transfirieron estas responsabilidades a trabajadoras del hogar y de cuidados, en su mayoría en situaciones de marginación y pobreza, que suelen emplearse de manera informal y precaria.
En este contexto, las mujeres son, sobre todo, quienes enfrentan dobles y triples cargas mentales, emocionales y físicas: aquellas que viven en condiciones de marginación o trabajan en la informalidad no perciben ingresos; quienes trabajan de manera remunerada cuidando niños y niñas, no podrán realizar su labor, y es probable que las niños y niños queden al cuidado de abuelas, población especialmente en riesgo por COVID-19. En pocas palabras, el distanciamiento social afecta a madres, cuidadoras remuneradas y abuelas.
Asimismo, muchas personas con COVID-19 requieren cuidados adicionales en sus hogares. Si no se procura la división equitativa del trabajo, se incrementarán las desigualdades de género. El trabajo de cuidados no remunerado y feminizado amortigua la crisis a costa de la salud física, mental y emocional de las personas cuidadoras.
Para hacer frente a estas afectaciones, el gobierno mexicano ha llevado a cabo algunas acciones que contemplan:
a) De la sociedad civil
b) Recomendaciones al Estado
Más información:
Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir https://ilsb.org.mx/